jueves, 11 de noviembre de 2021

Pistas e indicios

A finales de enero 2020, voy a urgencias con un cuadro de ansiedad preocupante y una disnea exagerada. No lo relacionan con mi enfermedad y lo único que me recetan son tranquilizantes varios que no me hacen nada. Me veo obligada a coger la baja laboral. Era incapaz de ducharme, o lavarme el pelo, o dar 3 pasos sin que me diera un ataque de ansiedad o me cansara enormemente. Me ponía a cortar algo para preparar la comida y me tenía que sentar. Ya no digamos subir uno o dos peldaños de escaleras. Todo se juntaba con las escasísimas horas de descanso nocturno por las constantes taquicardias.

Ahora echando la vista atrás, me da una rabia enorme que tanto los médicos como en mi casa nadie me creía cuando decía que no podía respirar, que me costaba andar, que no podía subir escaleras. Decían: eso son nervios; deberías andar más para relajarte, no te hacen falta tranquilizantes; no te quieres curar (cuando me sentía incapaz de salir de casa para ir al médico, PORQUE NO PODÍA, CO****); se enfadaban, como cada vez que tuve recaídas, como si la culpa fuera mía y no hiciera lo suficiente.

En esa época tenía prevista una visita a Madrid para una de las revisiones anuales y se anuló, en parte por mi estado, y en parte por el temor que empezaba a circular por la peligrosidad del coronavirus en el ambiente.