jueves, 13 de octubre de 2016

Mis problemas con las vías

Casi más que las operaciones, a las vías es a lo que le temo. No es como en los análisis, que con un simple pinchazo y unos segundos ya acaba. Aquí me hurgan, y digo bien, hasta encontrar el mejor sitio por donde pinchar. Y los catéteres son, en ocasiones, muy largos. La mayoría de las veces no dan a la primera, y es que, me enteré bastante tarde, tengo las venas finas, y además la piel gruesa (primero, que cuesta pincharme, y segundo, que una vez que pinchan, con esa finura, revienta todo, las venas y las agujas).

Mi primera desagradable experiencia ocurrió al poco de la primera operación. Ya llevaba rato notando un escozor cada vez que me ponían la cortisona y el antibiótico. Yo me quejaba, y para paliar un poco redujeron la velocidad a la que se suministraba.

A veces me dolía tanto, que era incapaz de comer con esa mano porque no se sostenían los cubiertos. Comía con la izquierda, o bien me daban de comer.

En uno de estos chutes empecé a notar cómo hinchaba, pero no le dí mayor importancia, hasta que cuando vuelvo a mirar tenía el antebrazo completamente deformado. Una flebitis de campeonato. Asustadísima, atrapada en mi sillón porque a la vecina no se le ocurre otra cosa que plantar el suyo al lado dejando el pitufo con el gotero en el medio sin posibilidad de escapar, sin poder hablar, y el timbre fuera de mi alcance. Me puse a gesticular e intentar escribir con la izquierda la palabra "enfermera" para que buscaran ayuda. Cuando llegó, y vio el panorama...Nueva vía, hasta lo que dure.

A los pocos días volvió a fallar, pero esta vez ya fui más rápida. En cuanto me pincharon y vi que empezaba a hinchar, avisé corriendo y la quitaron. Ya venía la enfermera a ponerme otra, cuando oigo a la compañera: no la pinches, porque si marcha de alta, que intente tomar por vía oral. De la alegría, me puse a dar saltos por el pasillo.

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