A la semana de salir del hospital llega una Nochebuena con toda la familia, nunca fuera tan especial. El periquillo de mi ahijado mayor, de aquellas con 9 años, no quería darme un beso ni un abrazo. No paraba de mirarme al cuello y poner caras raras. Veía las cicatrices, la piel roja y aún inflamada, y decía: no, no, que me da asquito.
Mi cirujano llamó para felicitarnos las fiestas, y las palabras que dijo hicieron que se me formara un nudo en la garganta de la emoción y no pudiera evitar las lágrimas: mi regalo para ti estas navidades es que puedes volver a hablar.
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