A mi compañera de habitación (casualidad que fue después de mí en el
quirófano) le dieron el alta el sábado, y pensaba que me quedaría sola hasta el
lunes. Tan tranquila estaba que cuando aparecieron para acondicionar la
habitación nos advirtieron “las urgencias están a rebosar y no hay donde
colocar a la gente”. Preguntamos si sabían quién sería la nueva vecina y
dijeron que era alguien muy mayor. Normalmente hacen lo posible por poner a
gente con no mucha diferencia de edad. Resultó ser una señoriña de 98 años con
la cadera rota que no hacía más que decir “ay, ay, ay”. Y tenía con ella a la
hija que no paraba de decirle “caladiña, que a rapaza quere durmir”.
La primera noche me pusieron en la habitación de al lado que quedó libre y
aún así oía los lamentos. Luego ya la sedaron o le dieron calmantes y volví
para mi sitio. Pero no fue una semana fácil. Apenas pegué ojo, no podía con mi
alma.
El personal me acabó confesando que estaba moribunda, y le habían puesto
mórfico. Podría pasar en cualquier momento, y que no me preocupara. Si sucedía
de noche, que me diera la vuelta y procurara dormir. Una tarde, mientras
merendaba, vino el cura a darle la extremaunción, y me quedé de piedra!!!!!
Cuando la habitación de al lado volvió a quedar libre, me trasladé con todos los petates. Justo acababa de llegar la cena y aparece la hija diciendo que se había muerto.
Mi abuela, que unos minutos antes recogía sus cosas de mi cama, dijo que
la viera con los ojos muy abiertos como en el momento de la despedida. Por poco
no me pilla dentro. No fue nada agradable y esa noche no dormí nada.
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