viernes, 5 de agosto de 2016

Una semana con una moribunda

A mi compañera de habitación (casualidad que fue después de mí en el quirófano) le dieron el alta el sábado, y pensaba que me quedaría sola hasta el lunes. Tan tranquila estaba que cuando aparecieron para acondicionar la habitación nos advirtieron “las urgencias están a rebosar y no hay donde colocar a la gente”. Preguntamos si sabían quién sería la nueva vecina y dijeron que era alguien muy mayor. Normalmente hacen lo posible por poner a gente con no mucha diferencia de edad. Resultó ser una señoriña de 98 años con la cadera rota que no hacía más que decir “ay, ay, ay”. Y tenía con ella a la hija que no paraba de decirle “caladiña, que a rapaza quere durmir”.

La primera noche me pusieron en la habitación de al lado que quedó libre y aún así oía los lamentos. Luego ya la sedaron o le dieron calmantes y volví para mi sitio. Pero no fue una semana fácil. Apenas pegué ojo, no podía con mi alma.

El personal me acabó confesando que estaba moribunda, y le habían puesto mórfico. Podría pasar en cualquier momento, y que no me preocupara. Si sucedía de noche, que me diera la vuelta y procurara dormir. Una tarde, mientras merendaba, vino el cura a darle la extremaunción, y me quedé de piedra!!!!!

Cuando la habitación de al lado volvió a quedar libre, me trasladé con todos los petates. Justo acababa de llegar la cena y aparece la hija diciendo que se había muerto. Mi abuela, que unos minutos antes recogía sus cosas de mi cama, dijo que la viera con los ojos muy abiertos como en el momento de la despedida. Por poco no me pilla dentro. No fue nada agradable y esa noche no dormí nada.

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