martes, 7 de febrero de 2017

Más revisiones

Ya que en la anterior revisión no me pudo ver el jefe, y habiendo sido el que me operó, y se preocupó tanto por mí, pues quería que me viera, y por eso decidimos ir a su consulta. Notaba que cada vez la voz iba a peor, perdiendo fuerza.

Sólo pasaron 11 días, dios mío, 11 días. Lo que cambiaron las cosas en ese tiempo. 16 de junio 2015, no se me olvidarán las fechas jamás. Me hizo una laringoscopia y ya se descubrió el pastel. Tenía una lesión de nuevo, pero en vez de estar por debajo de las cuerdas, estaba en ellas. Una palmípeda, que le llaman. Imaginad el pie de un pato, esa laminilla blanda que está entre las partes más duras. Pues eso me estaba empezando a crecer a mí.

Me dijo que habría que operar sí o sí, y me explicó más o menos lo que habría que hacer, el famoso tubo de Montgomery que al final acabé llevando. Antes de aventurarse a hacer nada, quería esperar a ver cómo evolucionaba. En la revisión del 8 julio la palmípeda estaba más grande y todo más cerrado. Estaba creciendo tejido por encima de las cuerdas además. Ya se solicitó preoperatorio y sesión quirúrgica para la primera cita de agosto.

A consecuencia de esto, la voz iba disminuyendo, un hilillo nada más. Y el cansancio aumentaba de manera brutal. Levantar el colchón para colocar las sábanas, caminar aunque fuera en llano, cualquier mínimo esfuerzo físico para mí era titánico. Alguna que otra vez tuve que destapar la traqueo porque me era imposible seguir, y cuando parecía que se pasaba volvía a poner el tapón. Hasta que llegó un momento en que ya no aguanté más y lo mandé a tomar viento. Finales de julio. Y la libreta, el boli y yo volvimos a ser los mejores amigos por unos cuantos meses.

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